Ayuntamiento de Abrucena

Historia

vista de abrucenaDurante la época de la invasión árabe la localidad de Abrucena registra un período de convivencia de la cultura islámica con los autóctonos cristianos, que comparten la zona, hasta el siglo X en que las revueltas ocasionan la huida de los poblados cristianos. Situación que se agrava durante los reinos de Taifas y Nazarí, en los que Abrucena se encuentra en una línea fronteriza entre las coras de Peyyna y Elvira, así como lugar de tránsito entre éstas, ya que la vía árabe que unía Granada con Almería pasaba por estas poblaciones.

La reconquista de Abrucena, realizada a caballo entre los siglos XV y XVI, se efectuó a la par que se recuperaban zonas de alrededor de Guadix con La Calahorra, que son próximas a Abrucena. Además se reconquistaron las poblaciones de Abla, Fiñana y Gérgal, que se encuentran en la misma comarca almeriense y en un perímetro próximo a Abrucena.

Tras la reconquista, en un primer momento, la situación apenas varió, la mayoría de los moriscos siguieron en las mismas tierras, con sus leyes, costumbres, lenguas, organización política y religiosa. Simultáneamente los cristianos venidos de otras regiones van ocupando tierras, empezando por las más feraces, que adquirían o bien por compensación de guerra, o por adquisición u ocupación ilegal. Poco a poco introducirán un nuevo sistema de vida que degenerará en enfrentamientos durante cerca de 100 años.

Unos levantamientos, los de los moriscos, que ocurrieron en toda la comarca de la Alpujarra, tanto en Almería como en Granada, y que se saldaron con la dominación cristiana. En Abrucena la sofocación de los moriscos fue dirigida por el Marqués de los Vélez, al igual que en varias comarcas de la provincia.

Tras la Reconquista aparecen los nuevos pobladores, a partir de 1570, que se sitúan en el nuevo término de Abrucena, ubicado entre los de Abla y Fiñana. El 70 por 100 de los pobladores procedía de Andalucía, seguida de un 23 por 100 de La Mancha y el resto de Extremadura y Castilla y León.

Durante el siglo XVIII Abrucena vive un proceso de expansión auspiciado por el comercio de las zonas forestales, que llegan a conducir hasta una sobreexplotación de los bosques para destinar madera a las atarazanas de Sevilla y Almería. La riqueza de la localidad permite efectuar el deslinde del municipio.

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Durante el siglo XIX la población continúa con su evolución económica, sustentada sobre todo en la agricultura. Situación que se mantiene este siglo, lo que propiciará un importante movimiento de emigración, al igual que ocurre en otros puntos de la provincia. En la actualidad la localidad ha sufrido un proceso de asentamiento e incremento de habitantes, que le lleva a tener cerca de 1.500, según el último censo de la Junta de Andalucía. «Al costado de este pueblo baja perpendicular, un soberbio cauce hasta el del río. En su margen derecha un montículo que vuelve a elevarse, sirve de asiento a las ruinas de un castillo. Es necesario descender por la cortada ladera hasta el río y de aquí al castillo por un camino que supera con gran habilidad un continuo e importante desnivel, en muchos tramos clavado en la roca, convertido en caja, sobre el que discurre la vía que tiene su término en El Castillejo.»

Así describe Francisco Castelló Losada, en su obra Aproximaciones a la historia de Abrucena, este paraje de El Castillejo. Un enclave del que no se define muy bien su origen, aunque se supone que es un asentamiento militar romano, por los restos hallados, que se excavaron en una zona donde había habido con anterioridad fundaciones de otras poblaciones. Tras la ocupación romana, el Castillejo albergó también asentamientos árabes, pero sin perder su carácter defensivo. Los cronistas de aquella época señalan que en el lugar que hoy se levanta Abrucena existía un castillo o baluarte para la defensa de la zona.

Así el cronista Ibn Hayyan en «Al Muqtabis» describe la edificación de un castillo próximo a Abla en el año 888 de nuestra era, fortificación que los historiadores señalan que podrían ser la de Abrucena. Lo cierto es que esa fortificación ha perdurado a lo largo de los siglos y le ha dado a Abrucena una seña de identidad, que permite distinguirla en el recortado paisaje de la comarca.

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